jueves, 7 de mayo de 2020

Sueño cumplido



Ese lunes había puesto el despertador más pronto de lo habitual. Durante todo el fin de semana, no había dejado de darle vueltas a la cabeza por el inmenso lío de papeles que tenía encima de la mesa del despacho. Entre las facturas que tenía pendientes de contabilizar y que hoy era el día límite para presentar los impuestos mensuales, no le había quedado más remedio que llegar pronto a la oficina e intentar avanzar  un poco de trabajo antes de que el resto de tareas diarias le absorbieran todo el tiempo.
Al acercase a la puerta de entrada, pudo ver que por una de las ventanas salía luz del interior. Era algo extraño, ya que a esa hora no debería haber nadie aun por allí. Pensó que seguramente hubiera quedado encendida alguna luz por despiste durante todo el fin de semana. Pero al introducir la llave en la puerta, no tuvo que dar las dos vueltas de la cerradura, ya que se abrió simplemente con dar un medio giro. No había duda que alguien había llegado antes que él y, menos aún, al ver que la alarma estaba desconectada.
Accedió al pasillo que se dirigía a su despacho y vio que la luz salía del que estaba justo enfrente al suyo. Era el de Sofía. Se asomó a la puerta y la vio tras la pantalla del ordenador.
—Buenos días —le saludó desde el umbral de la puerta.
Ella levantó la cabeza con un respingo. Se había llevado un susto, ya que tampoco esperaba que nadie llegara tan pronto.
—Ah…hola Oscar… Buenos días —dijo recomponiéndose un poco.
Se quedaron mirándose durante unos instantes sin decir nada. Estaba guapísima. Sofía no era demasiado alta, aunque sólo un poco más baja que él, delgada, de pelo largo, castaño y ondulado. Hoy lo llevaba recogido en un moño, lo que  dejaba su delgado cuello a la vista. Sus ojos marrones, casi negros, tenían un brillo especial, que te cautivaba, eran un imán para el resto de miradas. Pero lo que más le gustaba de ella era su boca, de dientes blancos y perfectos y unos labios carnosos y sensuales que mil veces había soñado con poder besarlos. Durante el año que llevaban trabajado juntos, desde que ella se había incorporado a la empresa, no había podido quitársela de la cabeza. Pero ahí se había quedado todo, jamás se había atrevido a intentar ni decirle nada.
Notó como Sofía bajaba la mirada hacia el teclado del ordenador con cierto nerviosismo, por el cruce de miradas que habían mantenido.
—Bueno… me voy al despacho… a ver si hago algo —dijo él dando unos golpecillos con los dedos en el marco de la puerta.
Ella asintió y se centró en la pantalla del ordenador.
Desde su posición, sentado en su mesa, podía verla en el despacho de enfrente. Había notado su nerviosismo cuando se habían mirado antes. Pero bueno, no significaba nada. Seguramente fuera por la sorpresa de verlo allí cuando no esperaba a nadie. Aunque trató de concentrarse en el trabajo, le costaba no levantar la vista y observarla disimuladamente. En una de esas ocasiones se volvieron a cruzar las miradas y rápidamente ambos bajaron la vista hacia sus respectivas mesas.
Pasaron unos instantes y por el rabillo del ojo percibió como Sofía se incorporaba de su silla y se dirigía a la puerta, cruzó el pasillo que separaba ambos despachos y se detuvo junto a la puerta del de él. En ese momento, Oscar levantó la mirada hacia ella. Estaba allí de pie sin saber muy bien cómo colocar la posición de su cuerpo y donde situar sus brazos y sus manos.  Trataba de sonreír ligeramente, aunque se le notaba claramente nerviosa. Al verla, Oscar notó como se le encogía el estómago y se tensaban todos los músculos de su cuerpo.
—¿Hay algo que me quieras decir, Oscar? —le preguntó mientras avanzaba bordeando la mesa por un lateral.
Oscar no sabía qué decir y, aunque lo supiera, era incapaz de hablar en ese momento. Tan sólo alcanzaba a balbucear algún que otro sonido sin sentido.
“¿Qué significaba aquello?” “¿Se habrá dado cuenta de cómo la miraba y se habrá mosqueado?” trataba de pensar  Oscar mientras un sudor frio empezaba a caerle por la frente.
Viendo que no reaccionaba, Sofía avanzó los dos últimos pasos que le separaban de la silla de Oscar y siguiendo un impulso se sentó a horcajadas sobre las piernas de él. Le agarró la cara con sus dos manos y, sin pensarlo, acercó sus labios a los suyos y lo besó. Lo besó con pasión, con fuerza. Era algo mágico, visceral y a la vez místico.
En ese momento se empezó a escuchar un sonido a lo lejos. Oscar no le prestó atención, o más bien no le quería prestar atención. Nada iba a estropear ese momento mágico. Quería seguir entregado a ese beso que tanto había deseado. Pero cada vez el sonido se estaba haciendo más intenso. Cada vez más. Y más…
—Aaaggh…. ¡Mierda de despertador!
Era lunes y hoy tenía que llegar pronto a la oficina.

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