domingo, 31 de mayo de 2020

Reseña de "La suerte de los idiotas" de Roberto Martínez Guzmán

SINOPSIS:
Lastrado por una última misión policial en Madrid que no acabó de la mejor manera posible, el policía Lucas Acevedo regresa a Galicia para poner en orden su cabeza. Cuando cree que lo ha conseguido, una noche conoce a una mujer que hará que se plantee abandonar la solitaria existencia que ha llevado hasta entonces. Sin embargo, pronto se complican sus planes. Mucha gente comienza a morir a su alrededor y, en el momento en que se da cuenta de que él también está en el punto de mira, se verá obligado a librar una batalla de la que no conseguirá salir indemne.
OPINION PERSONAL:
La suerte de los idiotas es la novela más negra de Roberto Martínez Guzmán, con un protagonista, Lucas Acevedo, que es de lo más negro que te puedes encontrar dentro del género. Iremos conociendo pinceladas de su pasado como policía antidroga, un pasado que le lastra y que hace que decida tomarse un retiro, excluido de todo lo que le rodea, hasta que un encontronazo con Yolanda, una mujer en una situación complicada, hace que su vida dé un giro radical. A partir de ese momento se verá envuelto en una historia de muertes sin una explicación lógica y en la que él mismo también corre peligro.
Se trata de una novela de fácil lectura que te engancha desde el principio y con más de un giro que sorprende al lector, pero que mantiene la tensión hasta el final.
Si tuviera que ponerle algún pero, diría que el desenlace final se me ha hecho un poco fantasioso, pero es algo que en absoluto desvirtúa la trama de la novela y, como digo, a mi me ha enganchado desde un principio y ha hecho que lo lea en un par de tardes.

viernes, 15 de mayo de 2020

El último despertar


Despertó en medio de la noche en la más absoluta oscuridad, completamente desconcertado sin saber donde estaba ni cuánto tiempo llevaba durmiendo. Tenía un fuerte dolor de cabeza que parecía que le fuera a estallar de un momento a otro. Además tenía dificultades para respirar. Trató de  reincorporarse pero su cabeza tropezó con algo que hizo que tuviera que tumbarse de nuevo. Estiró un brazo hacia la pared que tenía a su lado para encender alguna luz, pero no encontró interruptor alguno. Al otro lado se encontró con otra pared lisa que palpó, pero tampoco encontró nada que le diera una pista de donde se encontraba. Se quedó inmóvil durante un rato tratando de ordenar sus pensamientos. ¿Qué era lo último que recordaba? Estaba confuso. Una habitación… gente que entraba y salía… susurros… lloros. Un angustioso presentimiento empezó a recorrerle el cuerpo. Una imagen borrosa le vino a la mente… un camión de frente… un golpe muy fuerte. Y de repente un escalofrío recorrió todo su cuerpo de los pies a la cabeza, que hizo que se le erizara el vello de los brazos. Lo habían dado por muerto y lo habían enterrado vivo. Estaba dentro de un ataúd. Comenzó a respirar con mayor dificultad aun si cabía, hasta que al cabo de unos minutos pudo serenarse un poco. Gritó con todas sus fuerzas pero nada sucedió. Tenía que pensar. Tenía que salir de allí. Y tenía que darse prisa. Metió las manos en los bolsillos buscando algo que le ayudara en tal cometido, pero estaban completamente vacíos. Se pasó las manos por todo el cuerpo hasta que llegó a la cintura. Claro, el cinturón que llevaba podría ser de ayuda. Se lo quitó y palpando pudo comprobar que la hebilla metálica era bastante robusta. Comenzó a rascar con fuerza la parte superior del ataúd y comprobó que, por suerte, la calidad de la madera no era muy buena. Tras unos minutos, una finísima línea de tierra empezó a entrar en el interior del habitáculo. Tenía que actuar rápidamente. Se quitó la camisa que llevaba puesta y se la enrolló alrededor de la cabeza para poder respirar cuando la tierra comenzara a entrar más abundantemente. Cuando la tenía bien colocada, introdujo las manos por la pequeña abertura que había hecho con la hebilla del cinturón y tiró con todas sus fuerzas. De repente una gran cantidad de tierra cayó encima de él llenando rápidamente el interior del ataúd. Con las manos comenzó a escarbar fuertemente hacia la parte superior tratando de ascender rápidamente hasta que pudo sacar los brazos fuera de la tierra y a continuación la cabeza, pudiendo dar así una gran bocanada de aire que llenara unos pulmones que estaban a punto ya de colapsar. Cuando recuperó el aliento, sacó por completo el cuerpo de la tierra, se incorporó e inmediatamente echó a caminar en medio de la noche. Si se hubiera fijado en la lápida que tenía detrás de él, se habría dado cuenta de que llevaba ya muerto casi un mes, pero en ese momento aún no lo sabía.

jueves, 14 de mayo de 2020

Reseña de "Tantos años de silencio" de Francisco Castro




SINOPSIS:

Francisco Castro recrea una época de oscuridad, de paseos en la madrugada, tiros en las cunetas, de cuerpos que sobreviven en cuevas debajo de las cocinas, pero también de utopías y sueños de cambio, de revolución y de una vida mejor. En efecto todo es un sueño feliz en el pazo de Flavia hasta que el 18 de julio de 1936 comienza una guerra que algunos aprovechan para urdir venganzas que acaban dejando una huella misteriosa: unas fosas comunes que esconden cinco cuerpos ejecutados de un tiro en la cabeza y un sexto esqueleto de mujer que abraza contra el pecho el libro de un poeta del que nadie oyó hablar. Ánxela , una investigadora que guarda su propia historia de violencia y dolor, acepta dirigir la excavación de las fosas y se propone echar luz sobre todos los acontecimientos de los primeros días de la guerra en el pazo, pero pronto deseará tirar también del hilo de la identidad del misterioso poeta y de la mujer enterrada con el libro. A través de la investigación de Ánxela, iniciamos un viaje apasionante entre 1936 y nuestros días en que descubriremos que el fascismo superó tiempos y fronteras.
Un relato violentamente hermoso. Hermosamente violento.

OPINIÓN PERSONAL: 

Después de haber leído bastantes libros de Francisco Castro, desde mi opinión, creo que Tantos años de silencio es la mejor obra de este autor.
En ella nos lleva a conocer una parte de la historia de España y de Galicia, una historia de violencia, venganza y miedo, pero también de amor. Una historia que nos lleva desde el inicio de la guerra civil española hasta nuestros días combinando ambos momentos del tiempo para desarrollar una fantástica trama en la que nuestra protagonista Ánxela, huyendo de una vida de malos tratos , se encarga de llevar a cabo la exhumación de unas fosas comunes dentro de un pazo. Junto a esas fosas aparecerán también los restos de una mujer junto con un libro que hará que Ánxela comience a investigar la historia de estos hallazgos . Para ello tratará de adentrarse en el pasado del pazo y de su actual propietario, un misterioso anciano que esconde un trágico pasado.
La historia transcurre prácticamente en su totalidad dentro del pazo, aunque combina ambos momentos del tiempo: la investigación actual de Ánxela y la cruenta tragedia ocurrida en el pazo durante los primeros días de la guerra.
En resumen, se trata de un libro no muy extenso, de fácil lectura que nos permite conocer una parte de la cruenta historia vivida hace ya muchos años, pero que sigue dejando secuelas aún en nuestros días y que, sin lugar a dudas, recomiendo encarecidamente su lectura.

lunes, 11 de mayo de 2020

La cita

Echó un último trago a la copa de vino e hizo un gesto al camarero para que le pusiera otra. Aún faltaban diez minutos para que llegara, así que le daría tiempo a tomarse esa segunda copa que tanto necesitaba. Un buen vino siempre ayuda a calmar los nervios. Y otra cosa no, pero de nervios esa noche iba bien servido.

Llevaba mucho tiempo esperando a que llegara ese día y había depositado en él muchas esperanzas. Casi medio año había pasado desde que hablara por primera vez con ella a través de la aplicación. Se había registrado pocos días antes en esa página de citas por internet que, según la publicidad, buscaba compatibilidades con un alto porcentaje de éxito. Desde entonces, fueron muchos días y muchas horas de conversaciones a través del móvil, las que lo habían llevado hasta la barra de ese bar, donde se encontraba ahora intentando calmar esos nervios que le tenían encogido el estómago.

Aunque llevaba ya tiempo intentando concretar esa cita, no había conseguido hasta ese día que ella accediera a que se vieran y conocieran. Aunque realmente ya se conocían perfectamente. Todo ese tiempo frente al móvil había dado para mucho. La conexión entre ambos había sido brutal desde el principio, lo que hizo que se abrieran completamente el uno al otro. Se habían contado intimidades, cosas que él nunca se atrevería ni siquiera a contárselas a alguno de sus seres más queridos. Pero con ella había sido distinto, no tenía que ocultar nada, no se dejaba nada en el interior. Solo había una cosa que él nunca se había atrevido a contarle, algo que quería decirle casi desde el principio cuando empezaron a hablar, pero que por alguna extraña razón, no había reunido el coraje suficiente para hacerlo. Y es que estaba enamorado de ella.

Echó un vistazo al reloj y comprobó que ya era la hora. En cualquier momento entraría por la puerta que tenía justo enfrente de él. Volvió a darle un trago a la copa de vino mientras notó una vibración en el bolsillo del pantalón. Le acababa de entrar un mensaje al móvil. En un primer instante pensó en no cogerlo. En ese momento todos sus sentidos estaban centrados en la puerta que se abriría en cualquier momento. Pero algo le dijo que debía de leer ese mensaje. Lentamente metió la mano en el bolsillo sin quitar los ojos de la puerta y sacó el móvil. Bajó la vista, desbloqueó la pantalla y le dio al sobrecito de la parte superior. Antes de que se abriera el mensaje sabía perfectamente que era de ella. Leyó lo que ponía:

¿Por qué tuviste que estropearlo? Era fantástico lo que teníamos y estábamos genial. Pero insististe en que nos viéramos y ahora lo has estropeado todo. Lo siento mucho. Adiós.”

domingo, 10 de mayo de 2020

Lunes sin novia


Con diecinueve años tuve una novia. Mi primera novia. Bueno… digamos que era lo más parecido a una novia que se puede tener con esa edad. No hace falta que os explique que con diecinueve años las cabezas… cómo decirlo… las cabezas no están precisamente amuebladas. Y qué decir de los sentimientos que no sepáis, pues que esos andan desbocados.
A lo que iba… yo tenía una novia. Llevábamos poco más de medio año, desde el verano. La había conocido en la playa. No sé vosotros, pero de aquella, mi pandilla de amigos íbamos en tropel a la playa. Solíamos juntarnos grupitos de amigos que no hacíamos otra cosa más que ligar con otros grupitos que se colocaban a nuestro lado. Para que lo entendáis, era como estar en una playa de Ibiza pero de andar por casa, no sé si me explico.
Ella iba con sus amigas, eran unas seis o siete, y se sentaban todos los días muy cerquita nuestra. Las llamábamos las “miraditas”, ya os imaginareis por qué.
Bueno, pues después de unas cuantas sesiones de miraditas, un día me armé de coraje y mientras el resto estaba en el agua, me decidí a poner en práctica mis dotes seductoras. Aunque debo reconocer que no me lo tuve que currar demasiado, porque el terreno ya estaba bien abonado.
Ahí empezó mi noviazgo con ella. La verdad es que nos fue muy bien desde un principio. Nos entendíamos perfectamente y conectamos genial, por lo que nos pasábamos todos los días juntos. Ella estaba en el primer año de enfermería, nada que ver con mis ciencias económicas y empresariales, por lo que estábamos en facultades distintas y distantes. A pesar de eso hacíamos por vernos todas las tardes.
Había una excepción a esto. Y la excepción eran los lunes.
Ella tenía un familiar, creo que era un tío, que trabajaba como médico en una clínica y la había enchufado para hacer prácticas un día a la semana, los lunes.
Como dije antes, con diecinueve años las cabezas andan como andan, y yo esos lunes los aprovechaba, y muy bien, por cierto. Bien…, pues uno de esos lunes, lo estaba aprovechando con una chica de la facultad que llevaba tiempo lanzándome indirectas, concretamente desde el principio de curso. Otra cosa que pasa con diecinueve años es que no sabes decir que no. Al menos yo no sabía.
Pues ese día yo estaba tomando algo con mi chica de los lunes y he de reconocer que no en una actitud de simples compañeros de clase. Estábamos sentados junto a la cristalera en una cafetería del centro y la casualidad hizo que por la acera pasara mi novia, también en una actitud bastante cariñosa y agarrada de la mano de otro chico que yo no conocía de nada. Me di cuenta perfectamente de que ella también me vio, ya que pude comprobar cómo cambió su cara cuando cruzó la mirada conmigo, aunque continuó caminando disimuladamente como si no hubiera pasado nada. Así que, de prácticas nada de nada, o al menos no eran las prácticas que me imaginaba yo. Al final resultó que no era el único que estaba aprovechando los lunes.
Después de aquel día, ninguno de los dos hizo ningún comentario ni referencia a la situación vivida. Continuamos nuestra relación de seis días semanales como si nada hubiera sucedido, es como si los dos tratáramos de borrar aquel lunes de nuestras mentes, pero se nos hizo muy difícil y ya nada fue lo mismo. Poco a poco dejamos de vernos, ya no quedábamos todos los días, y cuando lo hacíamos, nada tenía que ver con lo de antes.
Al final, me dejó un martes.