domingo, 10 de mayo de 2020

Lunes sin novia


Con diecinueve años tuve una novia. Mi primera novia. Bueno… digamos que era lo más parecido a una novia que se puede tener con esa edad. No hace falta que os explique que con diecinueve años las cabezas… cómo decirlo… las cabezas no están precisamente amuebladas. Y qué decir de los sentimientos que no sepáis, pues que esos andan desbocados.
A lo que iba… yo tenía una novia. Llevábamos poco más de medio año, desde el verano. La había conocido en la playa. No sé vosotros, pero de aquella, mi pandilla de amigos íbamos en tropel a la playa. Solíamos juntarnos grupitos de amigos que no hacíamos otra cosa más que ligar con otros grupitos que se colocaban a nuestro lado. Para que lo entendáis, era como estar en una playa de Ibiza pero de andar por casa, no sé si me explico.
Ella iba con sus amigas, eran unas seis o siete, y se sentaban todos los días muy cerquita nuestra. Las llamábamos las “miraditas”, ya os imaginareis por qué.
Bueno, pues después de unas cuantas sesiones de miraditas, un día me armé de coraje y mientras el resto estaba en el agua, me decidí a poner en práctica mis dotes seductoras. Aunque debo reconocer que no me lo tuve que currar demasiado, porque el terreno ya estaba bien abonado.
Ahí empezó mi noviazgo con ella. La verdad es que nos fue muy bien desde un principio. Nos entendíamos perfectamente y conectamos genial, por lo que nos pasábamos todos los días juntos. Ella estaba en el primer año de enfermería, nada que ver con mis ciencias económicas y empresariales, por lo que estábamos en facultades distintas y distantes. A pesar de eso hacíamos por vernos todas las tardes.
Había una excepción a esto. Y la excepción eran los lunes.
Ella tenía un familiar, creo que era un tío, que trabajaba como médico en una clínica y la había enchufado para hacer prácticas un día a la semana, los lunes.
Como dije antes, con diecinueve años las cabezas andan como andan, y yo esos lunes los aprovechaba, y muy bien, por cierto. Bien…, pues uno de esos lunes, lo estaba aprovechando con una chica de la facultad que llevaba tiempo lanzándome indirectas, concretamente desde el principio de curso. Otra cosa que pasa con diecinueve años es que no sabes decir que no. Al menos yo no sabía.
Pues ese día yo estaba tomando algo con mi chica de los lunes y he de reconocer que no en una actitud de simples compañeros de clase. Estábamos sentados junto a la cristalera en una cafetería del centro y la casualidad hizo que por la acera pasara mi novia, también en una actitud bastante cariñosa y agarrada de la mano de otro chico que yo no conocía de nada. Me di cuenta perfectamente de que ella también me vio, ya que pude comprobar cómo cambió su cara cuando cruzó la mirada conmigo, aunque continuó caminando disimuladamente como si no hubiera pasado nada. Así que, de prácticas nada de nada, o al menos no eran las prácticas que me imaginaba yo. Al final resultó que no era el único que estaba aprovechando los lunes.
Después de aquel día, ninguno de los dos hizo ningún comentario ni referencia a la situación vivida. Continuamos nuestra relación de seis días semanales como si nada hubiera sucedido, es como si los dos tratáramos de borrar aquel lunes de nuestras mentes, pero se nos hizo muy difícil y ya nada fue lo mismo. Poco a poco dejamos de vernos, ya no quedábamos todos los días, y cuando lo hacíamos, nada tenía que ver con lo de antes.
Al final, me dejó un martes.

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