miércoles, 6 de mayo de 2020

Caen las hojas



Hoja cuatro. Abril.
Hace nada cayó la tercera y antes de que nos demos cuenta ya pasaremos a la siguiente.
Doce hojas que al principio se ven eternas. Doce meses con todos esos días. La mayoría de color negro, algunos pocos rojos, esos son los buenos.
Son las hojas de un calendario que nos van indicando cuánto nos falta para las vacaciones, cuánto para el verano o cuánto para la Navidad. Representan un orden seguro. Todo sucede a su debido tiempo, cuando debe ser.
Pero esas hojas van cayendo una a una irremediablemente. Pasan los días y las noches, con sus soles y sus lunas. Huye el tiempo y desaparecen las hojas del calendario ajenas a todo.
Cuando eres joven no lo tienes en cuenta, el tiempo carece de importancia. Hoy es el día. Mañana no existe y ayer ya pasó. La felicidad de un niño no tiene límites y es porque cada día descubren algo nuevo. De mayores deberíamos seguir haciendo lo mismo, abrirnos a nuevos despertares cada día. Así, las hojas de nuestro calendario no caerían como las hojas de otoño, que se van sin dejar huella, en silencio. Serán hojas que permanecen llenas de luz y sus días ya no sólo serán negros o rojos, si no que tendrán todos los colores del arcoíris. Empiezas a envejecer cuando pierdes las ilusiones, cuando todos los días tienen el mismo color, cuando dejas de percibir las tonalidades y los colores de las cosas que te rodean.
Si no somos niños al despertarnos cada día, habremos transitado por todas las hojas del calendario sólo para desprendernos de ellas, como si se tratara de un pasajero que abandona el destino antes de lo previsto.

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