viernes, 15 de mayo de 2020

El último despertar


Despertó en medio de la noche en la más absoluta oscuridad, completamente desconcertado sin saber donde estaba ni cuánto tiempo llevaba durmiendo. Tenía un fuerte dolor de cabeza que parecía que le fuera a estallar de un momento a otro. Además tenía dificultades para respirar. Trató de  reincorporarse pero su cabeza tropezó con algo que hizo que tuviera que tumbarse de nuevo. Estiró un brazo hacia la pared que tenía a su lado para encender alguna luz, pero no encontró interruptor alguno. Al otro lado se encontró con otra pared lisa que palpó, pero tampoco encontró nada que le diera una pista de donde se encontraba. Se quedó inmóvil durante un rato tratando de ordenar sus pensamientos. ¿Qué era lo último que recordaba? Estaba confuso. Una habitación… gente que entraba y salía… susurros… lloros. Un angustioso presentimiento empezó a recorrerle el cuerpo. Una imagen borrosa le vino a la mente… un camión de frente… un golpe muy fuerte. Y de repente un escalofrío recorrió todo su cuerpo de los pies a la cabeza, que hizo que se le erizara el vello de los brazos. Lo habían dado por muerto y lo habían enterrado vivo. Estaba dentro de un ataúd. Comenzó a respirar con mayor dificultad aun si cabía, hasta que al cabo de unos minutos pudo serenarse un poco. Gritó con todas sus fuerzas pero nada sucedió. Tenía que pensar. Tenía que salir de allí. Y tenía que darse prisa. Metió las manos en los bolsillos buscando algo que le ayudara en tal cometido, pero estaban completamente vacíos. Se pasó las manos por todo el cuerpo hasta que llegó a la cintura. Claro, el cinturón que llevaba podría ser de ayuda. Se lo quitó y palpando pudo comprobar que la hebilla metálica era bastante robusta. Comenzó a rascar con fuerza la parte superior del ataúd y comprobó que, por suerte, la calidad de la madera no era muy buena. Tras unos minutos, una finísima línea de tierra empezó a entrar en el interior del habitáculo. Tenía que actuar rápidamente. Se quitó la camisa que llevaba puesta y se la enrolló alrededor de la cabeza para poder respirar cuando la tierra comenzara a entrar más abundantemente. Cuando la tenía bien colocada, introdujo las manos por la pequeña abertura que había hecho con la hebilla del cinturón y tiró con todas sus fuerzas. De repente una gran cantidad de tierra cayó encima de él llenando rápidamente el interior del ataúd. Con las manos comenzó a escarbar fuertemente hacia la parte superior tratando de ascender rápidamente hasta que pudo sacar los brazos fuera de la tierra y a continuación la cabeza, pudiendo dar así una gran bocanada de aire que llenara unos pulmones que estaban a punto ya de colapsar. Cuando recuperó el aliento, sacó por completo el cuerpo de la tierra, se incorporó e inmediatamente echó a caminar en medio de la noche. Si se hubiera fijado en la lápida que tenía detrás de él, se habría dado cuenta de que llevaba ya muerto casi un mes, pero en ese momento aún no lo sabía.

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