miércoles, 29 de abril de 2020

El niño de la montaña


Hubo un tiempo, muchos años atrás, en que la vida en las ciudades era dura, más de lo que conocemos hoy en día por dureza.
Y en una de esas ciudades oscuras vivía un niño infeliz. Un niño que sólo encontraba la felicidad cuando se iba a la montaña. Siempre que podía se escapaba a esa montaña, engañando a su madre con cualquier tipo de treta. Allí era el único lugar donde era feliz.
Algunas noches las pasaba en su querida montaña, dormía donde podía, al raso. Se le veía en ocasiones con una manta subiendo por los caminos para pasar la noche en su lugar.  
-Pero niño ¿a donde vas? -preguntaban las señoras vestidas de luto al verle pasar.
Él no respondía, mirando al suelo seguía caminando.
-Niño... ¡ten cuidado!
Nadie sabía el por qué, cuál era el motivo por el que aquella cresta montañosa le atraía de una manera tan especial. Quizás él mismo tampoco lo sabía. Alguna gente le vio buscar y yo juro que alguna vez también le vi. Yo creo que algo encontraba, porque se agachaba, recogía algo y seguía.
Pero un día llegó la triste noticia, la que todo el mundo, tarde o temprano, sabía que llegaría. El niño de la montaña había desaparecido, nadie lo volvió a ver ni volvió a saber más de él, por más que le buscaron.
Se hicieron batidas por todos los lugares. Recorrieron la cumbre, todas las cuevas, vadearon ríos, zonas arboladas... Su nombre gritaban sin parar.
Después de mucho tiempo de búsqueda, por perdido se le dio. Nadie lo volvió a ver nunca más.
Pero yo sé la verdad, yo sé que no se perdió.
Todavía alguna vez le veo caminar, sigue buscando, sube, baja y después se va.
Un día lo seguí. Sus pasos eran ligeros y me costaba no perderle el rastro. De repente se detuvo y me esperó. Yo continué caminando hasta que llegué junto a él. Me miró y dijo:
-Encontré lo que vine a buscar.
Sus ojos brillaban, radiaban felicidad. Muy bajito, casi en un susurro me dijo:
-Espero que otros también puedan encontrarlo.
 

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