lunes, 27 de abril de 2020

Buscando respuestas



A Ricardo, ya de pequeñito cuando ni siquiera se mantenía en pie, todo le llamaba la atención. Era de esos niños que observan, que tienen unos ojos curiosos, parece que tenía interés por absolutamente todo lo que le rodeaba, y como digo, a pesar de que aún ni siquiera sabía andar, daba la impresión de que quería entender ya todo el mundo que le rodeaba. Sus papás y todas las personas con las que convivía no pasaron por alto esta capacidad del pequeño Ricardo y a menudo lo comentaban. ¬ Oye, pero mira qué listo es Ricardito. Si parece que lo entiende todo ¬. Decían cuando lo veían observar de aquella manera.

Según fue creciendo, Ricardo empezó a hacer las típicas preguntas que todos los niños hacen acerca de cualquier cosa que se les pasa por la cabeza. Todo le interesaba, todo quería saberlo. La mayoría de las veces no obtenía respuesta y si la obtenía nunca era la esperada. Los adultos nunca se ceñían a las verdaderas respuestas que merecían todas sus inquietudes. Lógicamente a un niño no se le aburre con las complejidades de la vida.

Así, ya cuando se hizo más grandecito, Ricardo empezó a estudiar. Al contrario de lo que se esperaba y de lo que pensaban de él cuando era un bebé, no fue una mente prodigiosa, le costaba aprenderse las lecciones del cole y no era un hacha en casi nada, pero seguía teniendo curiosidad por todo, seguía interesándose por todas esas cuestiones cotidianas de la vida que resultan inexplicables desde la perspectiva de un jovenzuelo. Toda su existencia era un interrogante para el que no encontraba respuestas.

No fue hasta varios años más tarde cuando dejó de ser un adolescente y, más aún, cuando fue madurando y se convirtió en un hombre, que empezó a encontrar las respuestas. Según avanzaban los años, Ricardo iba desmenuzando todos esos interrogantes que tenía desde que era un niño. Y lo más curioso es que las respuestas venían solas, no hacía falta preguntar ni interesarse por las cosas, la propia vida y las experiencias vividas le estaban dando repuestas a todas sus inquietudes. Su mejor profesor no lo tuvo en su casa ni en el colegio, tampoco entre sus amistades o conocidos. Quien realmente le enseño la principal lección de su vida, fue la vida misma.

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