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Al acercase a la puerta de
entrada, pudo ver que por una de las ventanas salía luz del interior. Era algo
extraño, ya que a esa hora no debería haber nadie aun por allí. Pensó que
seguramente hubiera quedado encendida alguna luz por despiste durante todo el
fin de semana. Pero al introducir la llave en la puerta, no tuvo que dar las
dos vueltas de la cerradura, ya que se abrió simplemente con dar un medio giro.
No había duda que alguien había llegado antes que él y, menos aún, al ver que
la alarma estaba desconectada.
Accedió al pasillo que se dirigía
a su despacho y vio que la luz salía del que estaba justo enfrente al suyo. Era
el de Sofía. Se asomó a la puerta y la vio tras la pantalla del ordenador.
—Buenos días —le saludó desde el
umbral de la puerta.
Ella levantó la cabeza con un
respingo. Se había llevado un susto, ya que tampoco esperaba que nadie llegara
tan pronto.
—Ah…hola Oscar… Buenos días —dijo
recomponiéndose un poco.
Se quedaron mirándose durante
unos instantes sin decir nada. Estaba guapísima. Sofía no era demasiado alta,
aunque sólo un poco más baja que él, delgada, de pelo largo, castaño y
ondulado. Hoy lo llevaba recogido en un moño, lo que dejaba su delgado cuello a la vista. Sus ojos
marrones, casi negros, tenían un brillo especial, que te cautivaba, eran un
imán para el resto de miradas. Pero lo que más le gustaba de ella era su boca,
de dientes blancos y perfectos y unos labios carnosos y sensuales que mil veces
había soñado con poder besarlos. Durante el año que llevaban trabajado juntos,
desde que ella se había incorporado a la empresa, no había podido quitársela de
la cabeza. Pero ahí se había quedado todo, jamás se había atrevido a intentar
ni decirle nada.
Notó como Sofía bajaba la mirada
hacia el teclado del ordenador con cierto nerviosismo, por el cruce de miradas
que habían mantenido.
—Bueno… me voy al despacho… a ver
si hago algo —dijo él dando unos golpecillos con los dedos en el marco de la
puerta.
Ella asintió y se centró en la
pantalla del ordenador.
Desde su posición, sentado en su
mesa, podía verla en el despacho de enfrente. Había notado su nerviosismo
cuando se habían mirado antes. Pero bueno, no significaba nada. Seguramente
fuera por la sorpresa de verlo allí cuando no esperaba a nadie. Aunque trató de
concentrarse en el trabajo, le costaba no levantar la vista y observarla
disimuladamente. En una de esas ocasiones se volvieron a cruzar las miradas y
rápidamente ambos bajaron la vista hacia sus respectivas mesas.
Pasaron unos instantes y por el
rabillo del ojo percibió como Sofía se incorporaba de su silla y se dirigía a
la puerta, cruzó el pasillo que separaba ambos despachos y se detuvo junto a la
puerta del de él. En ese momento, Oscar levantó la mirada hacia ella. Estaba
allí de pie sin saber muy bien cómo colocar la posición de su cuerpo y donde
situar sus brazos y sus manos. Trataba
de sonreír ligeramente, aunque se le notaba claramente nerviosa. Al verla,
Oscar notó como se le encogía el estómago y se tensaban todos los músculos de
su cuerpo.
—¿Hay algo que me quieras decir,
Oscar? —le preguntó mientras avanzaba bordeando la mesa por un lateral.
Oscar no sabía qué decir y, aunque
lo supiera, era incapaz de hablar en ese momento. Tan sólo alcanzaba a
balbucear algún que otro sonido sin sentido.
“¿Qué significaba aquello?” “¿Se
habrá dado cuenta de cómo la miraba y se habrá mosqueado?” trataba de
pensar Oscar mientras un sudor frio
empezaba a caerle por la frente.
Viendo que no reaccionaba, Sofía
avanzó los dos últimos pasos que le separaban de la silla de Oscar y siguiendo
un impulso se sentó a horcajadas sobre las piernas de él. Le agarró la cara con
sus dos manos y, sin pensarlo, acercó sus labios a los suyos y lo besó. Lo besó
con pasión, con fuerza. Era algo mágico, visceral y a la vez místico.
En ese momento se empezó a
escuchar un sonido a lo lejos. Oscar no le prestó atención, o más bien no le
quería prestar atención. Nada iba a estropear ese momento mágico. Quería seguir
entregado a ese beso que tanto había deseado. Pero cada vez el sonido se estaba
haciendo más intenso. Cada vez más. Y más…
—Aaaggh…. ¡Mierda de despertador!
Era lunes y hoy tenía que llegar pronto a la oficina.
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