Con diecinueve años tuve una
novia. Mi primera novia. Bueno… digamos que era lo más parecido a una novia que
se puede tener con esa edad. No hace falta que os explique que con diecinueve
años las cabezas… cómo decirlo… las cabezas no están precisamente amuebladas. Y
qué decir de los sentimientos que no sepáis, pues que esos andan desbocados.
A lo que iba… yo tenía una novia.
Llevábamos poco más de medio año, desde el verano. La había conocido en la
playa. No sé vosotros, pero de aquella, mi pandilla de amigos íbamos en tropel
a la playa. Solíamos juntarnos grupitos de amigos que no hacíamos otra cosa más
que ligar con otros grupitos que se colocaban a nuestro lado. Para que lo
entendáis, era como estar en una playa de Ibiza pero de andar por casa, no sé
si me explico.
Ella iba con sus amigas, eran
unas seis o siete, y se sentaban todos los días muy cerquita nuestra. Las
llamábamos las “miraditas”, ya os imaginareis por qué.
Bueno, pues después de unas
cuantas sesiones de miraditas, un día me armé de coraje y mientras el resto
estaba en el agua, me decidí a poner en práctica mis dotes seductoras. Aunque
debo reconocer que no me lo tuve que currar demasiado, porque el terreno ya
estaba bien abonado.
Ahí empezó mi noviazgo con ella. La
verdad es que nos fue muy bien desde un principio. Nos entendíamos
perfectamente y conectamos genial, por lo que nos pasábamos todos los días
juntos. Ella estaba en el primer año de enfermería, nada que ver con mis
ciencias económicas y empresariales, por lo que estábamos en facultades
distintas y distantes. A pesar de eso hacíamos por vernos todas las tardes.
Había una excepción a esto. Y la
excepción eran los lunes.
Ella tenía un familiar, creo que
era un tío, que trabajaba como médico en una clínica y la había enchufado para
hacer prácticas un día a la semana, los lunes.
Como dije antes, con diecinueve
años las cabezas andan como andan, y yo esos lunes los aprovechaba, y muy bien,
por cierto. Bien…, pues uno de esos lunes, lo estaba aprovechando con una chica
de la facultad que llevaba tiempo lanzándome indirectas, concretamente desde el
principio de curso. Otra cosa que pasa con diecinueve años es que no sabes
decir que no. Al menos yo no sabía.
Pues ese día yo estaba tomando
algo con mi chica de los lunes y he de reconocer que no en una actitud de
simples compañeros de clase. Estábamos sentados junto a la cristalera en una
cafetería del centro y la casualidad hizo que por la acera pasara mi novia,
también en una actitud bastante cariñosa y agarrada de la mano de otro chico
que yo no conocía de nada. Me di cuenta perfectamente de que ella también me
vio, ya que pude comprobar cómo cambió su cara cuando cruzó la mirada conmigo,
aunque continuó caminando disimuladamente como si no hubiera pasado nada. Así
que, de prácticas nada de nada, o al menos no eran las prácticas que me
imaginaba yo. Al final resultó que no era el único que estaba aprovechando los
lunes.
Después de aquel día, ninguno de
los dos hizo ningún comentario ni referencia a la situación vivida. Continuamos
nuestra relación de seis días semanales como si nada hubiera sucedido, es como
si los dos tratáramos de borrar aquel lunes de nuestras mentes, pero se nos
hizo muy difícil y ya nada fue lo mismo. Poco a poco dejamos de vernos, ya no
quedábamos todos los días, y cuando lo hacíamos, nada tenía que ver con lo de
antes.
Al final, me dejó un martes.
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