El último despertar
Despertó en medio de la noche en
la más absoluta oscuridad, completamente desconcertado sin saber donde estaba
ni cuánto tiempo llevaba durmiendo. Tenía un fuerte dolor de cabeza que parecía
que le fuera a estallar de un momento a otro. Además tenía dificultades para
respirar. Trató de reincorporarse pero
su cabeza tropezó con algo que hizo que tuviera que tumbarse de nuevo. Estiró
un brazo hacia la pared que tenía a su lado para encender alguna luz, pero no
encontró interruptor alguno. Al otro lado se encontró con otra pared lisa que
palpó, pero tampoco encontró nada que le diera una pista de donde se
encontraba. Se quedó inmóvil durante un rato tratando de ordenar sus
pensamientos. ¿Qué era lo último que recordaba? Estaba confuso. Una habitación…
gente que entraba y salía… susurros… lloros. Un angustioso presentimiento
empezó a recorrerle el cuerpo. Una imagen borrosa le vino a la mente… un camión
de frente… un golpe muy fuerte. Y de repente un escalofrío recorrió todo su
cuerpo de los pies a la cabeza, que hizo que se le erizara el vello de los
brazos. Lo habían dado por muerto y lo habían enterrado vivo. Estaba dentro de
un ataúd. Comenzó a respirar con mayor dificultad aun si cabía, hasta que al
cabo de unos minutos pudo serenarse un poco. Gritó con todas sus fuerzas pero
nada sucedió. Tenía que pensar. Tenía que salir de allí. Y tenía que darse
prisa. Metió las manos en los bolsillos buscando algo que le ayudara en tal
cometido, pero estaban completamente vacíos. Se pasó las manos por todo el
cuerpo hasta que llegó a la cintura. Claro, el cinturón que llevaba podría ser
de ayuda. Se lo quitó y palpando pudo comprobar que la hebilla metálica era bastante
robusta. Comenzó a rascar con fuerza la parte superior del ataúd y comprobó
que, por suerte, la calidad de la madera no era muy buena. Tras unos minutos,
una finísima línea de tierra empezó a entrar en el interior del habitáculo.
Tenía que actuar rápidamente. Se quitó la camisa que llevaba puesta y se la
enrolló alrededor de la cabeza para poder respirar cuando la tierra comenzara a
entrar más abundantemente. Cuando la tenía bien colocada, introdujo las manos
por la pequeña abertura que había hecho con la hebilla del cinturón y tiró con
todas sus fuerzas. De repente una gran cantidad de tierra cayó encima de él
llenando rápidamente el interior del ataúd. Con las manos comenzó a escarbar fuertemente
hacia la parte superior tratando de ascender rápidamente hasta que pudo sacar
los brazos fuera de la tierra y a continuación la cabeza, pudiendo dar así una
gran bocanada de aire que llenara unos pulmones que estaban a punto ya de
colapsar. Cuando recuperó el aliento, sacó por completo el cuerpo de la tierra,
se incorporó e inmediatamente echó a caminar en medio de la noche. Si se
hubiera fijado en la lápida que tenía detrás de él, se habría dado cuenta de
que llevaba ya muerto casi un mes, pero en ese momento aún no lo sabía.
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