miércoles, 30 de septiembre de 2020

Si volvieras...

Como cada mañana, al entrar en el autobús, se dirigía hacia la parte trasera para tomar asiento.  Al ser de las primeras paradas de la línea, iba prácticamente vacío, por lo que siempre se sentaba en el mismo sitio y esperaba. Solo eran dos paradas más y, al igual que todos los días, ella subiría también al autobús y se sentaría en frente de él.  A pesar de haber muchos más sitios vacíos, ambos se dirigían siempre a los mismos asientos. Al verla entrar, él levantaría la vista del libro que nunca leía y la saludaría con un simple gesto de cabeza. Ella solía corresponderle con un movimiento similar antes de ponerse los auriculares conectados al móvil. Siempre repetían el mismo ritual, nunca se concedían una licencia mayor. En alguna ocasión se cruzaban las miradas y surgía una sonrisa furtiva y nerviosa. Una sonrisa que invitaba a la imaginación a volar, a la ilusión a soñar.

Ese día, al llegar a la parada de ella, esperó a que subiera, pero las puertas se cerraron sin que ella apareciera. Cuando el autobús arrancó, él la busco con la mirada a través del cristal, pero no encontró respuesta.

Los siguientes días volvería a subirse al autobús esperando que tras esas dos paradas, ella apareciera, pero nunca más volvió a verla.

Los años pasaron y él seguía subiendo a aquel autobús a diario. No había día que al llegar a la parada de ella, no mirara con un hilo de esperanza hacia la puerta, aunque, en el fondo, sabía que ella no iba a entrar.

Y tampoco había un solo día en el que no se arrepintiera por no haberle dicho nunca nada.

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