viernes, 25 de septiembre de 2020

Mientras respiro

El joven tecleaba compulsivamente el portátil que tenía sobre la mesa. Al lado de este, una libreta que consultaba constantemente entre cada ataque a las castigadas teclas del ordenador. En una esquina de la mesa, en peligroso equilibrio que amenazaba con caerse al suelo, reposaba una taza de café, ya vacía, a la que había precedido otra anteriormente. No debería tener más de 25 años. Probablemente tendría que presentar algún trabajo con urgencia en la universidad. Su vestimenta y aire desaliñado, hacía intuir que aún no había dado el salto al mercado laboral.

Dos mesas más adelante, una chica más joven aún que él, alternaba miradas impacientes a través de la cristalera, con constantes vistazos al móvil que tenía sobre la mesa. Se le notaba nerviosa. No hacía falta más que fijarse en el tembleque de su pierna derecha, que no paraba de dar pequeños rebotes sobre su talón. Dio un trago a la bebida que tenía entre las manos y volvió a consultar el móvil. Sin lugar a dudas estaba esperando a alguien y, también sin lugar a dudas, ese alguien llegaba tarde.

Al fondo, en una mesa más apartada, junto a la puerta que daba al almacén, dos hombres mantenían una intensa conversación. Ambos andarían en torno a los 40 años, pero su aspecto era completamente opuesto. Uno de ellos vestía un elegante traje gris, bajo el que llevaba una camisa blanca y una fina corbata negra, que le daba un aspecto moderno, de estar enterado de las últimas tendencias. Era atractivo, con un pelo oscuro, bien peinado, y unos rasgos finos. Transmitía serenidad y seguridad. Enfrente de él, su interlocutor, vaqueros y camiseta que no ocultaba su exceso de peso, inclinado hacia adelante, pequeñas gotas de sudor poblaban su frente. Parecía estar dando explicaciones de algo al otro hombre, que lo observaba serio.

El estudiante del portátil pidió un tercer café en un momento en el que el camarero pasó junto a su mesa. Antes de centrarse de nuevo en el trabajo que estaba realizando, cruzó su mirada con la mía. Sintiéndome descubierto, giré rápidamente la vista hacía la chica de la cristalera que, justo en ese momento, consultaba de nuevo su móvil con cara contrariada por no encontrar en él una explicación a esa espera que ya no aguantaba más. Acto seguido lo guardó en su bolsillo y se levantó arrastrando la silla bruscamente, encaminándose rápidamente hacia la puerta. En ese momento, el hombre del traje, que pasaba junto a su mesa, tuvo que detener su paso para no tropezar con ella y, tras dejarla pasar, continuó también hacia el exterior. Giré la mirada hacia el otro hombre de vaqueros y sudores que seguía sentado en la mesa. Mantenía la misma posición, inclinado hacia adelante, aunque ahora tenía la cabeza apoyada sobre las manos ocultando su rostro. Desde luego, la conversación que acababa de mantener no había acabado como le hubiera gustado.

Tras consultar el reloj que había tras la barra, me incorporé y eché a andar también hacia la puerta de salida, pasando antes junto a la mesa del chico que, sin prestar atención a mi paso junto a él, seguía aporreando las  teclas de su portátil.

Ya en el exterior y tras doblar la esquina, centré mi atención en un anciano con un bastón que con dificultad, trataba de incorporarse de un banco que había en la acera.

Había olvidado por completo a las anteriores personas.

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