jueves, 17 de diciembre de 2020

Ventanas iluminadas

Como todas las noches, la cena había sido rápida, en esta ocasión unos simples huevos fritos con salchichas. Recogí el plato y lo metí en el lavavajillas junto con la sartén que había utilizado. Podría pasarle un agua rápida ya que no me llevaría más de un minuto, pero a esas horas lo único que me apetece es fumarme mi habitual cigarrillo de después de cenar y meterme en cama a descansar tras haber pasado el día entero fuera de casa. Mi vida se había convertido en una rutina diaria. Llegar a casa siempre a la misma hora, cena rápida y fumarme ese último cigarro mientras escuchaba el sonido metálico de las campanas de la  iglesia cuando marcaban las diez de la noche a un par de manzanas de casa. Así que me dirijo a la terraza, enciendo el cigarro y le doy una profunda calada mientras siento el aire fresco de la noche sobre mi cara. Está todo oscuro afuera, solo la luz de alguna ventana del bloque de enfrente rompe con el negro de la noche. Mientras el humo entra por segunda vez en mis pulmones, voy recorriendo distraídamente esas ventanas iluminadas, saltando de una a otra y comparando la distinta intensidad y tono que desprenden. En ese momento escucho el habitual sonido de las campanas haciendo que mi análisis lumínico no dé para más y provocando que mis pensamientos comiencen a divagar hacía cualquier otro lugar, pero algo llama mi atención en una de las ventanas. Puedo ver la silueta de alguien tras una fina cortina que no consigue evitar ser traspasada por unos ojos curiosos como los míos. Se trata de una mujer que de espaldas a la ventana se desprende de la parte superior de su ropa para, a continuación, ponerse otra prenda. Se da la vuelta y baja la persiana. Durante unos instantes me quedo observando la misma ventana que ahora ya no desprende ninguna luminosidad, hasta que al cabo de un rato, cuando el cigarrillo está a punto de pasar a mejor vida, decido que es la hora de dar por terminado mi día. A la noche siguiente y tras mi rutina habitual vuelvo a estar en el mismo lugar y a la misma hora con mi cigarrillo entre los dedos. A lo lejos comienzan a sonar de nuevo esas campanas que son ya parte de mi vida, cuando mis ojos vuelven a caer en la misma ventana iluminada del día anterior. De nuevo la misma mujer repite los movimientos del día anterior, desprendiéndose de la ropa y volviendo a vestirse de nuevo. Pienso en que no soy el único animal de costumbres, mientras la observo cerrar la persiana. Los dos días siguientes tanto ella como yo cumplimos como relojes suizos a nuestras respectivas citas con la rutina mecánica de cada noche. Para mí se había convertido en todo un aliciente esperar la llegada de nuestra cita en las ventanas. Pero esa última noche, algo había sido distinto. Como siempre, mientras las campanadas sonaban en medio de la noche, la mujer apareció en su ventana repitiendo los habituales movimientos a los que me tenía acostumbrado, pero cuando se giró para cerrar la persiana, esta vez tardó un poco más en bajarla. Se detuvo por unos instantes mirando hacia el exterior. Solo fueron un par de segundos, quizás cinco, pero lo suficiente como para darme cuenta que miraba en mi dirección. Estoy casi seguro de que miró hacia mi ventana justo antes de cerrar la suya. Esa noche me fui a la cama dándole vueltas a ese instante. No podría confirmarlo con total seguridad, pero estaba casi seguro de que me miró. ¿Habría querido decirme con ese gesto que sabía que la observaba? Aunque también cabía la posibilidad que fueran imaginaciones mías. Al fin y al cabo estaba todo muy oscuro y la distancia me pudo confundir. Fuera como fuese, a la noche siguiente volvería a estar fiel a mi cita. Tras recoger la mesa de la cena, me dirijo a la terraza y enciendo mi cigarrillo, aunque en esta ocasión no lo hago de manera tan rutinaria como de costumbre. Esta noche estoy a la expectativa y reconozco que también ligeramente nervioso. En el momento en que vuelven a sonar las campanas  y tal como viene haciendo todos los días, aparece la silueta de la mujer para repetir unos movimientos que ya me sé de memoria. Cuando se da la vuelta y se dirige a la ventana he de reconocer que estoy más tenso de lo habitual. Sin embargo, en esta ocasión no ocurre nada, ni se para, ni me mira, ni nada. Baja la persiana sin detenerse dejándome sin esa respuesta que inconscientemente estaba esperando. Al final todo habían sido imaginaciones mías. Ni me había mirado, ni sabía de mi existencia. ¿A caso esperaba algo más? Aun no había quitado la vista de la ventana cerrada sintiéndome como un gilipollas por la película que me había montado, cuando veo que la persiana comienza a subir lentamente hasta que queda completamente abierta  apareciendo de nuevo ella y, en esta ocasión, no tenía ni la más mínima duda de que me estaba mirando, no en mi dirección, si no a mí. Y lo hacía con una ligera sonrisa en los labios confirmando que no solo yo había estado acudiendo a mi cita con la esperanza de encontrarme con ella.

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