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Esta vez no se encontró con su
muslo, que siempre acariciaba delicadamente mientras le daba las buenas noches
con un beso en la mejilla. Tampoco encontró su espalda, la cual envolvía con su
cuerpo en un abrazo eterno. No encontró tampoco ese hombro en el que apoyaba su
cara mientras los sueños se apoderaban de sus vidas. Y tampoco encontró esa mano
con la que entrelazaba sus dedos y que, en ocasiones, seguían entrelazados
cuando volvían de esos sueños.
Esa noche fue cuando comprendió
que ese lecho ya nunca más volvería a ser lo mismo y supo que la tapa de madera
que se cerró sobre el rostro de ella, acompañaría todos sus sueños mientras no
volvieran a reunirse allí donde estuviera.
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