Como todas las noches, la cena
había sido rápida, en esta ocasión unos simples huevos fritos con salchichas.
Recogí el plato y lo metí en el lavavajillas junto con la sartén que había
utilizado. Podría pasarle un agua rápida ya que no me llevaría más de un
minuto, pero a esas horas lo único que me apetece es fumarme mi habitual
cigarrillo de después de cenar y meterme en cama a descansar tras haber pasado
el día entero fuera de casa. Mi vida se había convertido en una rutina diaria.
Llegar a casa siempre a la misma hora, cena rápida y fumarme ese último cigarro
mientras escuchaba el sonido metálico de las campanas de la iglesia cuando marcaban las diez de la noche
a un par de manzanas de casa. Así que me dirijo a la terraza, enciendo el
cigarro y le doy una profunda calada mientras siento el aire fresco de la noche
sobre mi cara. Está todo oscuro afuera, solo la luz de alguna ventana del
bloque de enfrente rompe con el negro de la noche. Mientras el humo entra por
segunda vez en mis pulmones, voy recorriendo distraídamente esas ventanas
iluminadas, saltando de una a otra y comparando la distinta intensidad y tono
que desprenden. En ese momento escucho el habitual sonido de las campanas
haciendo que mi análisis lumínico no dé para más y provocando que mis pensamientos
comiencen a divagar hacía cualquier otro lugar, pero algo llama mi atención en
una de las ventanas. Puedo ver la silueta de alguien tras una fina cortina que no
consigue evitar ser traspasada por unos ojos curiosos como los míos. Se trata
de una mujer que de espaldas a la ventana se desprende de la parte superior de
su ropa para, a continuación, ponerse otra prenda. Se da la vuelta y baja la
persiana. Durante unos instantes me quedo observando la misma ventana que ahora
ya no desprende ninguna luminosidad, hasta que al cabo de un rato, cuando el
cigarrillo está a punto de pasar a mejor vida, decido que es la hora de dar por
terminado mi día. A la noche siguiente y tras mi rutina habitual vuelvo a estar
en el mismo lugar y a la misma hora con mi cigarrillo entre los dedos. A lo
lejos comienzan a sonar de nuevo esas campanas que son ya parte de mi vida,
cuando mis ojos vuelven a caer en la misma ventana iluminada del día anterior.
De nuevo la misma mujer repite los movimientos del día anterior, desprendiéndose
de la ropa y volviendo a vestirse de nuevo. Pienso en que no soy el único
animal de costumbres, mientras la observo cerrar la persiana. Los dos días
siguientes tanto ella como yo cumplimos como relojes suizos a nuestras
respectivas citas con la rutina mecánica de cada noche. Para mí se había
convertido en todo un aliciente esperar la llegada de nuestra cita en las
ventanas. Pero esa última noche, algo había sido distinto. Como siempre,
mientras las campanadas sonaban en medio de la noche, la mujer apareció en su
ventana repitiendo los habituales movimientos a los que me tenía acostumbrado,
pero cuando se giró para cerrar la persiana, esta vez tardó un poco más en
bajarla. Se detuvo por unos instantes mirando hacia el exterior. Solo fueron un
par de segundos, quizás cinco, pero lo suficiente como para darme cuenta que
miraba en mi dirección. Estoy casi seguro de que miró hacia mi ventana justo
antes de cerrar la suya. Esa noche me fui a la cama dándole vueltas a ese
instante. No podría confirmarlo con total seguridad, pero estaba casi seguro de
que me miró. ¿Habría querido decirme con ese gesto que sabía que la observaba?
Aunque también cabía la posibilidad que fueran imaginaciones mías. Al fin y al
cabo estaba todo muy oscuro y la distancia me pudo confundir. Fuera como fuese,
a la noche siguiente volvería a estar fiel a mi cita. Tras recoger la mesa de
la cena, me dirijo a la terraza y enciendo mi cigarrillo, aunque en esta
ocasión no lo hago de manera tan rutinaria como de costumbre. Esta noche estoy
a la expectativa y reconozco que también ligeramente nervioso. En el momento en
que vuelven a sonar las campanas y tal
como viene haciendo todos los días, aparece la silueta de la mujer para repetir
unos movimientos que ya me sé de memoria. Cuando se da la vuelta y se dirige a
la ventana he de reconocer que estoy más tenso de lo habitual. Sin embargo, en esta
ocasión no ocurre nada, ni se para, ni me mira, ni nada. Baja la persiana sin
detenerse dejándome sin esa respuesta que inconscientemente estaba esperando.
Al final todo habían sido imaginaciones mías. Ni me había mirado, ni sabía de
mi existencia. ¿A caso esperaba algo más? Aun no había quitado la vista de la
ventana cerrada sintiéndome como un gilipollas por la película que me había
montado, cuando veo que la persiana comienza a subir lentamente hasta que queda
completamente abierta apareciendo de
nuevo ella y, en esta ocasión, no tenía ni la más mínima duda de que me estaba
mirando, no en mi dirección, si no a mí. Y lo hacía con una ligera sonrisa en
los labios confirmando que no solo yo había estado acudiendo a mi cita con la
esperanza de encontrarme con ella.
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